Pasan las tardes y allí estas, asomada como antaño. Tus ojos
ven lo invisible del paisaje, lo que yo no logro ver, y pura envidia corre por
mi toxico cuerpo.
Las sirenas de las vidas que se van y los llantos de las que
vienen. El imperturbable ciclo de la vida que me agota, que me carcome, me
ciega.
Dime que no padeces esta desdicha, júrame tu pureza y que
soy el único en condena.